El cine en los tiempos de Netflix

Por Editorial

October 20, 2018

Nunca como ahora habíamos tenido un acceso tan abrumador al arte del largometraje y al entretenimiento audiovisual en general. Netflix y todos los que le siguieron han hecho de la ubicuidad del cine su mejor...

La idea de que el cine de hoy ya no es el de antes parece instantáneamente cierta, pero es en realidad un espejismo de la nostalgia. Es decir, es cierta en el sentido estricto de que no hay dos cosas exactamente iguales, pero la industria cinematográfica actual tiene poco que envidiarle a la de su propio pasado, dado que ha crecido ferozmente y en direcciones insospechadas en los últimos años.

Nunca como ahora habíamos tenido un acceso tan abrumador al arte del largometraje y al entretenimiento audiovisual en general. Netflix y todos los que le siguieron han hecho de la ubicuidad del cine su mejor herramienta de venta. Claro, para el purista ir al cine y sumergirse en su oscuridad es un rito sacrosanto; pero para muchos otros significa vestirse, salir de casa, pagar una entrada y comprar pop corn a precio de faisán, para luego sentarse entre un montón de extraños que hablan durante la película, encienden el celular, estornudan, etcétera.

Digamos que no es muy difícil mejorar ese escenario. Basta con decir que lo hizo el VHS. Cuando apareció, los apocalípticos, que nunca faltan, decían que el cine había recibido una estocada mortal… y como ven, ahí sigue, tan contento. Tampoco lo mató décadas antes la televisión, su primer gran Lex Luthor. De alguna forma, nos encanta ver al cine como un perpetuo enfermo terminal, pero siempre sobrevive, y por una razón muy sencilla: a los seres humanos nos encanta que nos cuenten historias. Buenas historias.

En eso está el éxito actual del streaming que, por cierto, le debe la vida a la TV. Antes de Breaking Bad, digamos, la “tele” era la hermana menor del cine y hasta para los actores, pasar de la pantalla grande a la chica era señal de decadencia (HBO no cuenta, porque “no es televisión, es HBO”). De pronto, gracias al profesor Walter White, la subestimada audiencia de la tele parecía lista para cosas mayores. Y entonces llegó el Netflix que conocemos ahora.

Su plan inicial consistía en ofrecer cine en casa (y tumbarse a Blockbuster) pero luego migraron a producir sus propias series, algunas de ellas realmente extraordinarias… y sin cortes comerciales. Netflix comenzó a crecer de la mano de un público que consumía películas y series en maratones de ocho, diez, doce horas.

Mientras tanto, el cine se defendía como gato bocarriba: resucitó el 3D, potenció el IMAX y encontró en los superhéroes y las sagas fantásticas su fuente de supervivencia. Aunque no les guste, hasta los más exquisitos cinéfilos tienen muchísimo que agradecerle al Hombre Araña y sus colegas.

Netflix -y en general todo el fenómeno del streaming- cambió nuestra manera de consumir grandes historias contadas en imágenes, pero por simples razones de espacio no puede ni podrá superar a la pantalla gigante ni a la experiencia colectiva de mezclarnos con esa audiencia de la que, impertinente y todo, queremos formar parte de cuando en cuando.

Aunque parezca mentira, la asistencia a las salas de cine no ha dejado de crecer desde el 2015, según datos globales de la Motion Picture Association of America (MPAA). Quién sabe cuánto tiempo más durará esta buena racha, pero lo cierto es que el Goliat del cine todavía no encuentra a su David.

Ahora son más bien los productores de televisión los que andan en problemas. Gracias al streaming, el rito de llegar a casa corriendo para no perderse la novela (y todos sus encantadores comerciales) será pronto un atavismo inútil y el objeto de nuevas nostalgias.

El arte de contar historias goza de un momento fantástico, y si el cine o la televisión ya no son lo que eran antes, eso es algo que nos toca agradecer.

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